Publicado por: Ángel Amilibia Hergueta | ISNI: 0000000517782974
Es más que probable que todo padre o madre haya tenido alguna vez el dilema sobre si está educando bien a su hijo, sobre si se está focalizando en los aspectos que realmente le serán útiles en la vida, si le está dando las herramientas necesarias para el que día de mañana sea una persona competente en todos los aspectos de su vida y sepa manejarse con éxito en su día a día, y si le está proporcionando las posibilidades para formarse en capacidades pero también a nivel emocional.
Estas dudas son perfectamente normales y simplemente se derivan del ansia de ejecutar bien el rol de madre o padre, pero no dejan de poner de manifiesto que educar es un tema verdaderamente complejo, y que la educación que reciben tiene un claro efecto en las personas en las que se convertirán. En definitiva, nos gustaría poder enseñar a nuestros hijos a ser felices y poder garantizarlo, pero nada es tan sencillo como parece.
Este eterno dilema se traslada de forma natural a las escuelas y a los centros de formación de cualquier nivel. El motivo es que los colegios son otro gran factor que junto a los padres determina el tipo de enseñanzas que reciben los niños. En este sentido y a modo de ejemplo, el director de colegio británico Wellington College decidió que los alumnos renunciaran a una hora semanal de las asignaturas tradicionales y la sustituyó por las llamadas popularmente ‘clases de felicidad’, unas clases en las que se potencia el desarrollo emocional de los niños desde los cinco años en adelante, para conseguir hacerles más capaces de vivir con felicidad.
Dicha corriente ha llegado incluso hasta universidades de prestigio mundial como Havard que se han planteado su temario y han introducido también una asignatura que se ha convertido en la más demandada y que forma a los alumnos en temas emocionales, de simplificación, de conexión entre cuerpo y mente, así como otros factores que ayudan a los estudiantes a abordar la problemática en diferentes ámbitos de su vida.
En ambos casos, los responsables aseguran que el efecto de dichas clases en los alumnos ha sido altamente positivo y que además ha tenido un impacto innegable en el resto de asignaturas tradicionales, en los que los alumnos han mejorado sus notas, ha disminuido los índices de fracaso escolar y también ha contribuido a reducir el número de depresiones diagnosticadas entre los alumnos. Por lo tanto, y a falta de una mayor trayectoria que nos permita alcanzar conclusiones con una mayor base representativa, parece ser que la asignatura de la felicidad está cumpliendo su objetivo y está capacitando a los alumnos para ser más felices.